7.7.08

Cuento - El pueblo que nunca cerraba sus puertas

Vicente despertó un día con la sensación de que debía hacer un categórico cambio con su vida.
Cerrajero por herencia familiar y ex seminarista por confusión cerebral, Vicente gustaba de tranquilidad y armonía y necesitaba encontrar un espacio de reflexión que la ciudad no le podía conceder. Y así fue como una anárquica mañana tomó un mapa, escogió casi por azar una región en la Provincia de Buenos Aires, preparó un bolso y por fin se marchó.
Luego de horas de viaje, arribó a un pueblito cercano a un río. Creyó que ese era el lugar correcto para instalarse por un largo tiempo. Aprovechando su oficio, pensó que sería una buena forma de ganarse la vida instalar una cerrajería en aquel pueblo, su nuevo hogar.
Alquiló un local frente a la plaza, sobre el cual había una pequeña pero acogedora vivienda, y allí armó su taller de cerrajero.
Las horas pasaban apacibles y silenciosas, era bueno, seguramente era lo que en primera instancia él había ido a buscar, pero tal vez eran demasiado serenas, demasiado pacificas. Tanto que en los17 días que llevaba viviendo allí, no había entrado en su negocio si quiera una sola persona. Esta situación lo tenía sumamente desconcertado a Vicente, tanto que decidió plantearse una estrategia. La misma consistía en comenzar a ir a los bares del pueblo, pasearse por los comercios y presentarse con sus vecinos, hacer amistad y de paso hacerse conocer y cautivar clientes para su negocio.
Esa misma tarde se fue a tomar un trago a la pulpería más cercana a su hogar. Allí, conversando con la gente, se dio cuenta que eran muy amables y muy cordiales; tal vez un tanto extravagantes en su forma de vestir o en el uso de ciertas expresiones, pero agradables al fin. Notaba que tenía mucha familiaridad unos con otros, como si se conocieran todos profundamente y desde hace muchos años. Sin duda, había un íntimo conocimiento entre los habitantes de aquel lugar.
Una mañana Vicente fue a desayunar a una confitería cercana a su negocio. Se sentó junto a la ventana y pidió un café doble. Mientras le servía su pedido, el mozo, quiso entrar en confianza con él. Se le puso a conversar y le preguntó que hacía por el pueblo. Vicente le contó que buscando un poco de paz decidió quedarse a vivir allí, instalando una pequeña cerrajería, que además, había notado que no había ninguna en todo el pueblo.
En cuanto terminó la frase, todas las personas que se encontraban allí comenzaron a reírse; algunos, trataban de disimularlo pero aquello les causaba demasiada risa. -¿Una cerrajería? (Le preguntó el mozo enfáticamente). –Sí (le contestó él un tanto asombrado por su pregunta).-En este pueblo no hacen falta cerrajerías (replicó el hombre). –Perdería su encanto.
Vicente se retiró del lugar sin comprender lo que aquel señor le había dicho. No se atrevió a preguntar más, dada su falta de confianza con los lugareños.
Esa misma noche, el frustrado cerrajero, se metió en su cama más temprano que de costumbre para poder olvidar su confusa mañana. Al rato de haber podido conciliar el sueño, se despertó abruptamente sintiendo un movimiento inusual a su lado. Abrió los ojos y saltó de la cama sin comprender lo que estaba sucediendo. Miró a su alrededor desorientado y quedó pasmado al darse cuenta que la causante de aquella irrupción era la esposa del verdulero del mercadito que se encuentra del otro lado de la plaza, que se había acostado junto a él. ¡En su casa! ¡Y en su cama! Todo le resultaba muy extraño y apenas atino a decirle: - ¿Te puedo ayudar en algo? La mujer se sonrió y le dijo: - Soy la elegida para darte la bienvenida.
¿La bienvenida? ¿Qué bienvenida? Vicente se preguntaba y le preguntaba a ella para poder entender un poco lo que estaba pasando.
Así fue como Carmen (ese era el nombre de la mujer del verdulero) le explicó que él, por azar o por fuerza del destino, había ido a parar a un pueblo swinguer y que allí todos solían compartir sus momentos íntimos para poder ser mejores vecinos, conocerse más y de esa forma instaurar en el pueblo una mayor camaradería y un mayor compañerismo. Y la explicación de cómo había comenzado todo esto es un cuento chino, es decir, otro cuento. Por lo tanto aquí termina, nuestro cuento. El de Vicente; el de los swinger; el del aquel pueblo que nunca cerraba sus puertas
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