23.12.08

Carta publicada en la revista XXIII

Debo comenzar haciendo algunas confesiones: hace ya muchos números que no compraba Veintitrés. Es muy difícil tratar de descansar un poco el cerebro de tantas cosas que nos pasan, leyendo las muchas revistas “políticas/ de opinión” que hay.
Debo también confesar, que no pude esperar ni un segundo en comprar este ejemplar cuando lo vi a Eduardo Galeano en su portada.
Por último, debo revelar además, que no me arrepiento ni un poco.
Realmente me sorprendió. Me conmovió la lectura de varias de las notas. Me conmovió no porque me hayan hecho llorar o emocionarse, sino porque me movieron. Me movieron ideas y pensamientos. Me perturbaron. Me perturba lo que hace ruido dentro de mi cabeza. Lo que hace nacer una reflexión y tal vez, alguna sensación.
La nota editorial me pareció maravillosa. De una Lucidez y un Sentimiento únicos. No simplemente por lo que dice, palabras que comparto desde la primera hasta la última. Sino por la forma en que está dicho. No sé quién la escribió, a él/ella mis más sinceras felicitaciones.
Además encontré coherencia con casi todas las notas. Desde la escrita por Victor Ego Ducrot (Una olla popular en la Manzana de las Luces), exquisita, hasta la magnifica charla entre Miguel Russo y Galeno.
Seguramente Russo tiene razón cuando dice que al dar vuelta la página habrá otro mundo y otro y otro; pero “…están en este”.
Estamos en este y debemos vivir en este, comer en este y hacer en este.
Verdaderamente todos queremos PAZ.
Paz para ser.
Sería bastante apropiado para lograr la armonía que tratemos entre todos; con nuestro accionar, con nuestra forma de comunicarnos y de vivir en sociedad, con nuestro voto y con nuestro trabajo; de ser ese mar de fueguitos encendidos con voluntad, con tolerancia y con amor; para lograr realmente que nuestro fuego sea: grande (inmenso), sereno pero chispeante, que alumbre (para todos lados), que queme y acalore (haciendo reaccionar) y principalmente, que brille con luz propia en la escena del mundo que nos toca transitar.


2.10.08

A pesar de no haber visto a Galeano, maravillosa Montevideo

Ciudad antigua, Spléndido hotel.
Teatro Solís con fotos de Gardel como si se encontrara en cuna conocida.
En la esquina, el Barolo uruguayo, donde comienza la Av. 18 de julio repleta de comercios, algunos cines y salas teatrales y mucha, mucha gente.
Milonga improvisada en la plaza y artesanos por todos lados.
Bares de lunes a viernes y los otros bares de largas noches hasta el mediodía.
Mucho alcohol en las venas abiertas de América.
Gran cúmulo de restos desparramados.
Muelle sin Astillero y con anhelo.
Personas que te desean amablemente el disfrute del día, pero que no saben donde ir o donde estar.
La playa adorable, dos caras de un mismo río con un gesto diferente de cada lado.
El alimento del cuerpo, sabrosísimo; el del alma, cargado de voluntad y disfrute.
Los suburbios o los altos barrios; todo suma, todo es más.
El constante mate y termo bajo el brazo en cualquier momento y en cualquier lugar, le da un aire de pueblo, de pasividad diaria.
La ambientación años 50 de la habitación introduce en una cinta de antaño, lo mismo ocurre con algunos bares…
Serenidad, armonía, satisfacción y contento.
Todo esto nos reveló la otra orilla.
Viajar regocija el espíritu.
Conocer nuevos lugares, compartir trayectos.
Todo esto y como siempre, ganas de volver y volver y…

7.7.08

Cuento - El pueblo que nunca cerraba sus puertas

Vicente despertó un día con la sensación de que debía hacer un categórico cambio con su vida.
Cerrajero por herencia familiar y ex seminarista por confusión cerebral, Vicente gustaba de tranquilidad y armonía y necesitaba encontrar un espacio de reflexión que la ciudad no le podía conceder. Y así fue como una anárquica mañana tomó un mapa, escogió casi por azar una región en la Provincia de Buenos Aires, preparó un bolso y por fin se marchó.
Luego de horas de viaje, arribó a un pueblito cercano a un río. Creyó que ese era el lugar correcto para instalarse por un largo tiempo. Aprovechando su oficio, pensó que sería una buena forma de ganarse la vida instalar una cerrajería en aquel pueblo, su nuevo hogar.
Alquiló un local frente a la plaza, sobre el cual había una pequeña pero acogedora vivienda, y allí armó su taller de cerrajero.
Las horas pasaban apacibles y silenciosas, era bueno, seguramente era lo que en primera instancia él había ido a buscar, pero tal vez eran demasiado serenas, demasiado pacificas. Tanto que en los17 días que llevaba viviendo allí, no había entrado en su negocio si quiera una sola persona. Esta situación lo tenía sumamente desconcertado a Vicente, tanto que decidió plantearse una estrategia. La misma consistía en comenzar a ir a los bares del pueblo, pasearse por los comercios y presentarse con sus vecinos, hacer amistad y de paso hacerse conocer y cautivar clientes para su negocio.
Esa misma tarde se fue a tomar un trago a la pulpería más cercana a su hogar. Allí, conversando con la gente, se dio cuenta que eran muy amables y muy cordiales; tal vez un tanto extravagantes en su forma de vestir o en el uso de ciertas expresiones, pero agradables al fin. Notaba que tenía mucha familiaridad unos con otros, como si se conocieran todos profundamente y desde hace muchos años. Sin duda, había un íntimo conocimiento entre los habitantes de aquel lugar.
Una mañana Vicente fue a desayunar a una confitería cercana a su negocio. Se sentó junto a la ventana y pidió un café doble. Mientras le servía su pedido, el mozo, quiso entrar en confianza con él. Se le puso a conversar y le preguntó que hacía por el pueblo. Vicente le contó que buscando un poco de paz decidió quedarse a vivir allí, instalando una pequeña cerrajería, que además, había notado que no había ninguna en todo el pueblo.
En cuanto terminó la frase, todas las personas que se encontraban allí comenzaron a reírse; algunos, trataban de disimularlo pero aquello les causaba demasiada risa. -¿Una cerrajería? (Le preguntó el mozo enfáticamente). –Sí (le contestó él un tanto asombrado por su pregunta).-En este pueblo no hacen falta cerrajerías (replicó el hombre). –Perdería su encanto.
Vicente se retiró del lugar sin comprender lo que aquel señor le había dicho. No se atrevió a preguntar más, dada su falta de confianza con los lugareños.
Esa misma noche, el frustrado cerrajero, se metió en su cama más temprano que de costumbre para poder olvidar su confusa mañana. Al rato de haber podido conciliar el sueño, se despertó abruptamente sintiendo un movimiento inusual a su lado. Abrió los ojos y saltó de la cama sin comprender lo que estaba sucediendo. Miró a su alrededor desorientado y quedó pasmado al darse cuenta que la causante de aquella irrupción era la esposa del verdulero del mercadito que se encuentra del otro lado de la plaza, que se había acostado junto a él. ¡En su casa! ¡Y en su cama! Todo le resultaba muy extraño y apenas atino a decirle: - ¿Te puedo ayudar en algo? La mujer se sonrió y le dijo: - Soy la elegida para darte la bienvenida.
¿La bienvenida? ¿Qué bienvenida? Vicente se preguntaba y le preguntaba a ella para poder entender un poco lo que estaba pasando.
Así fue como Carmen (ese era el nombre de la mujer del verdulero) le explicó que él, por azar o por fuerza del destino, había ido a parar a un pueblo swinguer y que allí todos solían compartir sus momentos íntimos para poder ser mejores vecinos, conocerse más y de esa forma instaurar en el pueblo una mayor camaradería y un mayor compañerismo. Y la explicación de cómo había comenzado todo esto es un cuento chino, es decir, otro cuento. Por lo tanto aquí termina, nuestro cuento. El de Vicente; el de los swinger; el del aquel pueblo que nunca cerraba sus puertas
.

27.6.08

De pasada por Rosario


Rosario.
Rosario siempre estuvo cerca decía Fito Páez,
pero sólo uno de nosotros cuatro la conocía.
Remontándonos al viernes,todo comenzó muy tarde por culpa de un roto corazón amigo.
Sin recital y con cansancio de mucha primavera y poco calorcito, partimos hacia el pueblo de los autos tuneados y el daikiri de frutilla de lata del año 30.
Dormimos en el siempre fiel Lagartos.
Arrancamos el sábado (no muy temprano) hacia la tierra prometida…
Allí, todo lindo, todo pintoresco, todo por descubrir.
Todo menos los baños.
La gente bárbara; la arquitectura increíble; la compañía inmejorable.
La asidua búsqueda de un hospedaje digno; nuestra Lola Mora; el club de pesca con buen pescado a la parrilla, Pumas, gorda opinadora con pantalones amarillos y dos botellitas de tinto que convirtieron una tarde fría, en netamente espirituosa.
El boulevard Oroño nos esperaba cerca, muy cerca, como Rosario.
Terminamos el día habitúes del bar El Cairo, lleno de histórica poesía, y fanáticos del gran monumento a la bandera.
El domingo con sol y con mucho brío, desayunamos mientras alguno de los chicos hacía negocios con Buenos Aires, Nueva York o Adrogué… No me quedó muy claro.
Al atardecer el río y su costanera, nos llenaron de amor a todos y marchando hacia nuestra urbe, dejando atrás a la maravillosa Rosario que nos dio lo que nos había prometido y mucho más, e hizo valer en exceso toda la esperanza que teníamos puesta en ella.
Como conclusión: una caña de pescar sin uso, habitación compartida sin sexo ni fiesta loca, menos tiempo que el necesario para conocer la ciudad profundamente, El Visitante agotado en todas las librerías… y el grupo perfecto para el mejor de los viaje.

Manifiesto romántico

Hay que ser románticos.
Románticos porque el romanticismo nos conecta con la vida.
Esto nos convierte en seres libres. Libres de elegir desde el amor.
La auténtica libertad de disfrutar de las cosas.
De todas las cosa, desde la más chica
hasta la que nos llena de profundo amor el corazón.
Elegir. Elegir tratar de hacer las cosas bien para saturarnos de alegría.
Hacer las cosas sin molestar a nadie, respetando lo más posible al otro, al mundo,
al mundo del otro también.
Creer en los valores; los valores emocionales, los valores sociales y los valores culturales.
¡Por eso hay que ser románticos!
Hay que tomarse la vida con responsabilidad y con respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos.
Divirtiéndose al máximo. Armonizando, sin modificar nuestra esencia.
Esté o no de moda. Se use o no se use.
Usemos ser así. Ser lo más auténticos posible.
Simplemente ser seres que se conectan con lo maravilloso, con el vuelo y con la imaginación, sin despegar por esto los pies de la tierra. Sin perder la conciencia de que vivimos en comunidad y que nuestros actos muchas veces involucran a otros.
Sin creer que somos más originales por no saber que vamos a hacer mañana, que vamos a hacer en la próxima hora.
Que ser cool, ser diferente, ser excéntricas, no nos mueva ni un pelo si esto conlleva la liviandad del no compromiso.
Disfrutar de las formas. Las formas bellas, coloridas, perfumadas; pero que sean con fondo.
No quedarse con esquemas sin contenido.
El contenido, el concepto, es lo que sostiene el todo,
lo que sostiene al ser.
¿Y saben qué?
No hay que conformarse con lo que hay.
Hay que seguir insistiendo con el tema.
Hay que perseguir la utopía de un mundo mejor.
(O aunque sea, la de un mundo menos peor).
¡Hagamos una nueva revolución!
La REVOLUCIÓN DEL AMOR.

…estamos trabajando para eso.