Rosario.
Rosario siempre estuvo cerca decía Fito Páez,
pero sólo uno de nosotros cuatro la conocía.
Remontándonos al viernes,todo comenzó muy tarde por culpa de un roto corazón amigo.
Sin recital y con cansancio de mucha primavera y poco calorcito, partimos hacia el pueblo de los autos tuneados y el daikiri de frutilla de lata del año 30.
Dormimos en el siempre fiel Lagartos.
Arrancamos el sábado (no muy temprano) hacia la tierra prometida…
Allí, todo lindo, todo pintoresco, todo por descubrir.
Todo menos los baños.
La gente bárbara; la arquitectura increíble; la compañía inmejorable.
La asidua búsqueda de un hospedaje digno; nuestra Lola Mora; el club de pesca con buen pescado a la parrilla, Pumas, gorda opinadora con pantalones amarillos y dos botellitas de tinto que convirtieron una tarde fría, en netamente espirituosa.
El boulevard Oroño nos esperaba cerca, muy cerca, como Rosario.
Terminamos el día habitúes del bar El Cairo, lleno de histórica poesía, y fanáticos del gran monumento a la bandera.
El domingo con sol y con mucho brío, desayunamos mientras alguno de los chicos hacía negocios con Buenos Aires, Nueva York o Adrogué… No me quedó muy claro.
Al atardecer el río y su costanera, nos llenaron de amor a todos y marchando hacia nuestra urbe, dejando atrás a la maravillosa Rosario que nos dio lo que nos había prometido y mucho más, e hizo valer en exceso toda la esperanza que teníamos puesta en ella.
Como conclusión: una caña de pescar sin uso, habitación compartida sin sexo ni fiesta loca, menos tiempo que el necesario para conocer la ciudad profundamente, El Visitante agotado en todas las librerías… y el grupo perfecto para el mejor de los viaje.
1 comentario:
yo justo estoy parando en un hotel en rosario. me encanta! la verdad que tuviste un buen viaje! espero poder pasar lo mismo!
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