27.7.09

Los toldos – Pcia. de Bs. As. – Invierno del 2009

Domingo de invierno, 11 de la mañana.
Todos los compañeros y compañeras del despacho, emprendimos una aventura comunitaria, riesgosa y poco común, hacia un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, para rendir homenaje a quién fuera la abanderada de los humildes.
La misma, consistía en ir hasta la localidad de Los toldos, realizar un acto de descubrimiento de una placa en conmemoración por los 90 años del natalicio de Evita, en el día del aniversario de su fallecimiento (Y sí, aquí ya comenzábamos con las incoherencia).
El presidente de la Casa, cedió una combi para llegar hasta allí, la cual se complementó con algunos autos más.
Éramos en total unos 25.
Sin lugar a duda, los que viajamos en la combi, fuimos los privilegiados.
El señor H, nuestro chofer, se dice que tomó un curso de guía Fílcar con la gente que escribió el librillo para niños sobre un pequeño llamado Prudencio y sus ansias por aprender las normas de tránsito. Igual creemos que nunca fue a retirar el certificado de aprobación.
Con esa premisa, confiamos plenamente en él y en su coequiper la señora M, la cual daba explicaciones absurdas, con la mayor de las firmezas y con el tupé de darse vuelta y mirarnos a los ojos para que no le discutiéramos su veredicto.
El joven J.T. (de ascendencia portuguesa), no tuvo el carisma suficiente como para persuadirlos ni convencerlos de tomar el camino alternativo.
Así las cosas, ellos eligieron la ruta a seguir y finalmente, como era de esperar, nos perdimos.
Tardamos en llegar a un lugar que queda a 280 kms de BA aprox., 5 horas y ½.
Si, sentados en una combi.
El viaje fue inverosímil, entre pesadilla, donosura y bizarría.
Cuando ya juzgábamos que acabaríamos en Mendoza, supimos leer la siguiente expresión:
Ilumínese y viva más. Lejos de ser una frase de alguna propaganda religiosa que te ofrece la eternidad a cambio de una parte considerable de tu entrada mensual, era un cartel vial para que los ciclistas que quisieran circular por el lugar, usaran faroles fluorescentes en sus bicicletas para que los camiones ruteros no se los lleven por delante.
Al llegar, por fin a la tierra prometida, y leer en un inmenso cartel “…desde los toldos hacia el mundo” después de semejante viaje no dudamos ni un segundo en entender que lo que quería decirnos aquella gigantografía era: para llegar a los toldos hay que, primero, recorrer el mundo entero.
El acto fue breve pero hondo.
Inmediatamente, emprendimos el regreso.
Además de los muchos trastornos, los choferes y su acompañante femenina como si fuéramos chiquillos de transporte escolar, casi no nos hablaban y hacían cosas sin consultarnos en lo más mínimo, por momentos se reía a carcajadas y criticaban como si nosotros no estuviésemos allí.
Incluyendo en el momento en que poco más nos estrellamos contra un Renault 12 justo cuando el chofer decidió agarrar en una curva el carril contrario en lugar del que le correspondía según las normas de tránsito vigentes.
Fuimos a parar a la banquina, como es de esperar si es que no creen que esto lo estoy contando desde el más allá, y tuvimos que retomar para agarrar la senda que habíamos perdido.
Gracias a Dios (y no a los choferes) cada uno retornó sano y salvo a su casita y así como nuestra convivencia durante la semana es jocosa y cuasi familiar, fue que pudimos reír de todo esto y narrarlo de la mejor manera.
Y por sobre todas las cosas, bien sabemos cuanta razón reza nuestra repetida y acertada conclusión:
con Conforti al mando, esto, nunca hubiera pasado.
Y es así che, que le vamos a hacer.